Vídeo del proceso de la ilustración que hice para acompañar el texto de Ernesto Escapa en ‘La Posada’:
Las rutas senderistas de La Posada tenían un seguidor fiel y entusiasta en el escritor Antonio Pereira, fallecido hoy hace tres meses. El gran seductor que fue Pereira viajaba con la imaginación a través de las sugerencias que le tendían las propuestas de este suplemento. Me lo recordaba cada vez que nos veíamos, con motivo de una lectura de sus cuentos en Castrillo de los Polvazares o en el homenaje que la Asociación de Escritores le rindió en el hostal de San Marcos. Pero lo que realmente le gustaba de las rutas eran los dibujos de Adolfo.
LA AVENTURA DE LA NATURALEZA
ERNESTO ESCAPA
Menos mal que a su lado, siempre atenta a paliar las licencias del maestro del cuento, estaba Úrsula, su mujer, capaz de arreglar el desplante con un comentario generoso sobre los textos. A esas alturas, Pereira ya no tenía la vista para lecturas veniales y su entretenimiento de los sábados consistía en dejarse llevar por la ondulación de líneas y paisajes que con tanta poesía dibuja Adolfo.
Estos mapas han acompañado buena parte de los centenares de rutas escritas para La Posada a lo largo de casi once años. Y el mayor mérito del artista es su capacidad para interpretar y convertir en sugestiva cartografía los bocetos garabateados que cada semana le envío al regreso de mis excursiones. Yo soy el primer sorprendido.
Pero no es esta la única sorpresa de pasear por Castilla y León.
Las rutas senderistas desbrozan los atractivos naturales de un territorio inabarcable. Para mi gobierno, llevo el control de su distribución espacial en un mapa donde voy fijando localizaciones, a fin de evitar desequilibrios territoriales. Sin embargo, resulta inevitable el tirón de los bordes montañosos, donde se concentra el mayor número de propuestas.
Al cabo de los quinientos números, volver la vista atrás proporciona más de una lección. La principal tiene que ver con el paso del tiempo, que ayuda a moverse por territorios desconocidos con mayores cautelas. No obstante, todavía el 4 de abril de este año tuvo que sacarme la grúa de las dunas de Lastras de Cuéllar, donde quedó varado un vehículo de estreno. En todo caso, en las rutas publicadas se advierte al lector de este y otros riesgos, porque el campo tiene sus reglas y no cabe saltárselas.
Es verdad que la eclosión de senderos de pequeño recorrido en Castilla y León ha multiplicado de forma exponencial su repertorio, a la vez que conciencia a lugareños y visitantes del respeto debido a valores naturales frecuentemente sometidos a maltrato. Quizá el recurso natural que ha experimentado un mayor cambio en su aprecio, a lo largo de estos últimos años, sean las lagunas, aunque todavía se siguen colmatando algunas con relleno de escombros.
CAMBIO DE MENTALIDAD
No es para rasgarse las vestiduras, sino para extremar la pedagogía. Porque fueron los organismos oficiales, precisamente, los pioneros en la devastadora tarea de desecar lagunas. Y no cualquier conjunto lacustre, sino los más importantes. Así se hizo, con resultados catastróficos, en el Mar de Castilla de la laguna de la Nava, y en Villafáfila y en Lastras, en El Oso, en Bercianos y en Carpio. Durante años, la concentración parcelaria tenía entre sus objetivos sanear el terreno para fines agrícolas y en ese intento se llevó por delante muchos humedales de Castilla y León. La casualidad quiso que buena parte de aquellos ingenieros agrícolas se deslizaran a la gestión medioambiental y les tocara, al cabo de las décadas, intentar la reparación de lo que con tanto ardor profesional habían arrasado.
El cambio de mentalidad no se ha limitado al patrimonio lacustre, que está tan vinculado a los pájaros. Hace diez años, sin ir más lejos, resultaba frecuente la bronca dominical con los urbanitas que pretendían acceder a los parajes más sensibles montados en sus máquinas de correr. Sucedía en el cañón del Río Lobos, donde los vehículos accedían cerca del enclave templario de San Bartolomé, convertido los fines de semana en ruidoso merendero.
En lugares de más difícil control, como las hoces del Riaza, los buitres han contemplado atónitos desde sus farallones rojizos el tránsito y las cabriolas de los motoristas hasta hace nada. Y otro tanto podría decirse del Duratón, donde cada dos por tres había polémica por la limitación de acceso a las cercanías de la ermita de San Frutos.
Y lo dicho para los cañones fluviales, vale también para las montañas sagradas, como Gredos, Guadarrama o Picos de Europa. El incomprensible retraso en proteger Guadarrama permitió una colonización urbanística con picos de irreverencia. Como era la montaña más próxima a Madrid, recibió la masiva afluencia de tropeles donde se mezclaba de todo, desde caminantes respetuosos con la naturaleza a codiciosos negociantes de aquí lo pillo aquí lo mato.
En ese sentido, la gestión autonómica ha mejorado mucho las cosas, aunque sólo sea por contagio de proximidad. Repare cualquier alma sensible en el hecho de que un núcleo capital del primer Parque Nacional español –Posada de Valdeón, en Picos de Europa- tuviera las escuelas cubiertas con techumbre de uralita y soportara una colonia de apartamentos de promoción episcopal maltratando la silueta de su caserío. Ejemplos parecidos podrían señalarse en Gredos o en la Sierra de Francia. Para quien patea estos espacios habitualmente, el cambio producido es notable. Lo cual no significa que todo esté bien. Por eso hay que seguir denunciando los adefesios. Para que les pongan remedio.